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"The pandemic that has just swept the earth is unprecedented. There have been more deadly epidemics in our history, but they have been more circumscribed; there have been epidemics almost as widespread, but they have been less lethal. Floods, famines, earthquakes, and volcanic eruptions have written their stories in terms of human destruction practically too terrible to comprehend, but never before has there been a catastrophe so sudden, so devastating and so universal”


There were three significant factors that led to the emergence of a pandemic. The first one: public indifference, which, even at its height, continued to ignore the danger. Mainly, due to a wide range in the manifestation of symptoms that went from pneumonia to total absence of them. There are still profound doubts about the factors that aggravate viral infection in patients since there are those who barely show any symptoms, while there are also those who see their lives with the disease become extinct.


As a second factor, there are the measures used for eradication. We have already gone through hazardous situations with diseases such as smallpox, measles, or scarlet fever, where direct contact between people was the leading cause of contagion. However, transmission in the case of respiratory infections is a different story, since it does not depend only on contact between individuals but also on the aspiration of aerosol droplets generated in the environment due to sneezing or coughing, or touching surfaces contaminated by them. Moreover, measures to prevent infection do not fall on healthy individuals, but on those who are already sick.


Those who are susceptible to contracting the virus can do very little to protect themselves if there are people who are already infected but consider them to be "healthy" or have only slight colds, so they do not isolate themselves from others.


For this reason, the third risk factor is the incubation period, which varies considerably; in some infections, it can be as short as a day or two. And the disease may be transmissible before the patient him or herself is aware that he is being attacked.


Experts continue to wonder if there will be a new wave of this pathogen. However, "we are still too close to this event to understand its true magnitude."


Although the above lines sound similar to those phenomena that we are experiencing worldwide at present, the information presented in this blog was not elaborated referring to the COVID-19, but to the Spanish Flu pandemic during the years 1918-1920. Precisely, it was written for Science Magazine, in its launch on Friday, May 30th, 1919, by the health engineer George A. Soper, who also wrote advice as if he were speaking directly to the people of our times: breathe properly, eat healthily, wash your hands, do not share cutlery or napkins, isolate the symptomatic, use safety masks only in case you have symptoms, among others. He mentioned something interesting, and that is that respiratory infections will be with us all our lives and that pandemics of this type will be a constant. Because of a curse perhaps, as many conspiracy supporters claim?


The truth is that no, it is not a succession of devastating diseases in the 20's of every century, but a warning based on our habits.


In 2014, Bill Gates echoed this as well in a TEDx talk entitled "The Next Outbreak? We're Not Ready" where he stated something similar to what Soper did almost a century ago: There is more investment in war and missiles but nearly nothing in trained personnel and health systems that can cope with the next epidemics and pandemics.


It is estimated that there are between 3 and 3 billion viruses in wildlife that could accidentally jump to humans and any of them, continuing a pattern of indifference, little or no investment in health (not only in infrastructure but also in personnel) and unjustified depredation of natural resources, Any one of them could be the cause of the next pandemic in the year 2120, wherein the worst case, a static scenario, those affected by it, perhaps our grandchildren or great-grandchildren, will look back in despair at our history concerning COVID-19 and say in amazement: We could have done something about it and we didn't.


*The opening paragraphs of this article were based on the full text in English by George Soper published in Science Magazine.

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“La pandemia que acaba de barrer la tierra no tiene precedentes. Han existido en nuestra historia epidemias más mortales, pero han sido más circunscritas; ha existido epidemias casi tan extendidas, pero han sido menos mortales. Inundaciones, hambrunas, terremotos y erupciones volcánicas han escrito sus historias en términos de destrucción humana casi demasiado terribles para la comprensión, pero nunca antes ha habido una catástrofe a la vez tan repentina, tan devastadora y tan universal”.


Tres fueron los factores más grandes que ocasionaron el surgimiento de una pandemia, siendo el primero la indiferencia pública, que incluso en pleno apogeo continuaba ignorando el peligro. Especialmente, debido a un amplio rango en la manifestación de síntomas que fueron manifestándose desde neumonías hasta ausencia total de los mismos. Existen aún profundas dudas sobre los factores que agravan la infección vírica en los pacientes, pues hay aquellos que apenas y muestras síntomas, mientras que están también aquellos que ven extinguirse su vida con la enfermedad.


Como segundo factor, están las medidas empleadas para evitar la erradicación. Ya hemos atravesado situaciones de extremo peligro con enfermedades como la viruela, el sarampión o la fiebre escarlata, donde el contacto directo entre personas fue la principal causa de contagio, sin embargo, la transmisión en el caso de infecciones respiratorias es una historia diferente, pues no depende solamente del contacto entre individuos sino también a la aspiración de gotículas de aerosoles generados en el ambiente debido a estornudos o tos, o el tocar superficies contaminadas por las mismas. Además, las medidas de prevención del contagio no recaen en los individuos sanos, sino en los contagiados.


Aquellos que son susceptible a contraer el virus pueden hacer muy poco para protegerse si hay personas que ya están infectadas pero consideran que “están sanas” o que tienen apenas leves resfriados, por lo que no se aíslan de los demás.


Por esto mismo, el tercer factor de riesgo es el período de incubación, que varía considerablemente; en algunas infecciones puede ser tan corto como un día o dos. Y la enfermedad puede ser transmisible antes de que el paciente mismo sea consciente de que es atacado.


Los expertos continúan preguntándose si existirá una nueva oleada de este patógeno. Sin embargo, “estamos aún demasiado cerca de este evento como para entender su verdadera magnitud”


Aunque todo lo anterior suene similar a aquellos fenómenos que nos encontramos experimentando a nivel mundial en la actualidad, la información presentada en este escrito, no fue elaborada haciendo alusión al COVID-19, sino a la pandemia de Gripe Española durante los años 1918-1920. Precisamente, fue escrito para la Revista Science, en su lanzamiento del viernes 30 de mayo de 1919 por el ingeniero de sanidad George A. Soper, quien además escribe consejos como si estuviera hablando directamente a la gente de nuestros tiempos: respirar adecuadamente, alimentarse saludablemente, lavarse las manos, no compartir cubiertos o servilletas, aislar a los sintomáticos, usar máscaras de seguridad solamente en caso de presentar síntomas, entre otros. Menciona algo muy interesante, y es que las infecciones respiratorias estarán con nosotros toda la vida, y que las pandemias de este tipo serán una constante. ¿A causa de una maldición talvez, como muchos adeptos a la conspiración lo afirman?


La verdad es que no, no se trata de un aparecimiento en sucesión de enfermedades devastadoras en la década de los 20 de cada siglo, sino que es una premonición fundamentada en nuestros hábitos.


En 2014, Bill Gates hacía eco de esto en una charla TEDx titulada “¿El siguiente brote? No estamos listos” donde afirmaba algo similar a lo que Soper, casi un siglo atrás: Hay más inversión en guerra y misiles pero casi nada en personal capacitado y sistemas de salud que puedan hacer frente a las próximas epidemias y pandemias.


Se estima que hay entre 3 y 3 mil millones de virus en la fauna silvestre que podrían saltar de forma accidental al ser humano y cualquiera de ellos, al continuar con un patrón de indiferencia, poca o nula inversión en salud (no solo en infraestructura sino también en personal) y depredación injustificada de los recursos naturales, podría ser el causante de la próxima pandemia en el año 2120, donde en el peor de los casos, en un escenario estático, los afectados por la misma, quizás nuestros nietos o bisnietos, mirarán desesperados al pasado y verán nuestra historia con respecto a COVID-19 y dirán asombrados: Pudimos hacer algo para evitarlo y no lo hicimos.


*Los párrafos iniciales de este artículo se basaron en el texto integral en Inglés de George Soper publicado en la Revista Science.

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Actualizado: 29 abr 2023

La pandemia del coronavirus COVID-19 ha puesto a toda la sociedad a prueba. Es un error pensar que una situación de este tipo es un problema exclusivo de científicos, autoridades de salud o de la ciudadanía por separado. El desafío que afronta la humanidad está en concertar acciones eficaces para abordar el problema, donde hay muchos actores involucrados y existe mucha incertidumbre pero capacidades limitadas.


La comunidad científica tiene un rol fundamental: identificar la causa de la enfermedad, describir su funcionamiento, formular recomendaciones y medicamentos. La cooperación internacional e interinstitucional es clave para lograrlo en el menor tiempo posible. Sin embargo, es apenas una parte de la solución. Controlar la enfermedad implica, no solamente encontrar su cura, sino evitar su propagación.


La ciudadanía tiene una tarea urgente: modificar sus comportamientos para disminuir contactos y contagios. Sin embargo, la desinformación y las desigualdades hacen que esto sea complicado. Sería un despropósito que la culpa de esta situación recaiga sobre algún segmento poblacional sin considerar aquello. Urgen adoptarse medidas para apoyar y atender a los más vulnerables.


Por su parte, las autoridades de gobierno tienen el reto coordinar las acciones y movilizar los recursos necesarios para que científicos y ciudadanía puedan cumplir sus roles. En ello, la comunicación juega un rol clave: se deben enviar mensajes claros, oportunos y transparentes que permitan a cada uno cumplir su rol.


En Ecuador y otros países de América Latina esto parece particularmente complicado dada la desconfianza de la sociedad con sus gobiernos que no procesan adecuadamente sus demandas y científicos siempre carentes de suficiente apoyo estatal.



Sin saber poder anticipar el desenlace de esta experiencia, una cosa es clara: ha quedado al desnudo la ausencia de un puente institucionalizado entre científicos, autoridades y forjadores de opinión, cuya ausencia hoy nos ha costado tiempo y precisión para reaccionar. Sería un error aún más grave, pensar que es un problema que se arregla con protocolos de comunicación, cuando lo realmente necesario son capacidades comunicacionales, técnicas y científicas que permitan tomar decisiones basadas en evidencia y comunicarlas efectivamente.


Es hora de tomar en serio la comunicación científica. Cabe decirlo, el periodismo científico es indispensable e insustituible en las sociedades contemporáneas, hoy expuestas a sobrecargas de información y amenazas de escala global. En tiempos de redes sociales, cambio climático y pandemias, es fundamental entender a los sistemas científicos como reservorio de capacidades que la sociedad dispone para afrontar sus desafíos. Sin cercanía a la ciudadanía y apoyo real de los gobiernos, no habrá hoja de vida o prestigio que alcance para afrontar retos como el actual.

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